Roberto Suárez - Actualízate

Permacultura, una agricultura en combate al cambio climático.

La preocupación por el cambio climático no para de crecer en las últimas décadas. Desde los años 70 del siglo pasado ya se empezaron a formular soluciones para articular la actividad económica del hombre con el fomento de la naturaleza. Una de ellas es la permacultura.

La permacultura es un diseño agrícola, económico y social por el cual el hombre, al tiempo que desarrolla la economía, interviene activamente en la protección del entorno natural.

La fundación Louis Bonduelle define la permacultura como el arte de crear espacios de vida funcionales inspirados en la naturaleza.

Todo comienza en los años 70, cuando dos ecologistas australianos, Bill Mollison y David Holmgren, horrorizados con el uso de productos químicos en la agricultura tras la segunda guerra mundial, se deciden a buscar una solución alternativa. Se dan cuenta de que el empleo de fertilizantes y pesticidas químicos no solo empobrece las tierras de cultivo, sino que contaminan las aguas y van destruyendo los entornos naturales.

Para mantener un sistema agrario rentable en simbiosis con la naturaleza, se inspiran en las prácticas tradicionales que llevan realizando los aborígenes de Tasmania desde tiempos inmemoriales.

Los dos ecologistas diseñan más de cien proyectos de agricultura sostenible, dirigiendo personalmente algunas explotaciones para demostrar ante la opinión pública de que son rentables. En 1978 editan el libro “Premature one”, en el que presentan sus planteamientos refrendados por los resultados de sus experimentos. Poco tiempo después fundan la revista “The International Permaculture Magazine” y realizan una miniserie documental de televisión presentada por Bill Mollison.

En la década siguiente recorren más de 80 países de los 5 continentes, realizando conferencias y cursillos para difundir su punto de vista. Al visitar África, Asia y América Latina descubren prácticas de la agricultura tradicional que coinciden con sus planteamientos y de los que sacan valiosas enseñanzas.

Hoy la permacultura, aunque sigue siendo desconocida para el gran público, se ha extendido por todo el mundo. Los diseños actuales incorporan las energías renovables y otras actividades económicas a la planificación agraria.

En España existen más de 40 proyectos de permacultura en funcionamiento, entre granjas, huertos y bosques en reforestación. Repartidos entre Cataluña, Galicia, Valencia y Extremadura.

Los directores del Albergue La Jarilla, en Plasenzuela (Cáceres), un alojamiento de turismo rural que organiza talleres para dar a conocer estos planteamientos, nos comentan que la permacultura sirve para acercar a la juventud, a la agricultura y al entorno rural y para difundir que sí es posible otra economía.

Los principios de la permacultura.

Un artículo publicado en el periódico El País señala como la permacultura se aproxima cada vez más a las ciudades. Algunos de los huertos urbanos y de los proyectos de recuperación de zonas verdes están inspirados en ella. Vienen a cubrir la necesidad de proveer a los habitantes de las urbes de alimentos frescos de proximidad y a frenar la deforestación en las periferias de las grandes ciudades. Las ciudades necesitan pulmones verdes que reduzcan la contaminación.

La permacultura es una contracción de las palabras “Permanente” (economía sostenible y duradera) y “agricultura”.  Se inspira en tres premisas: Cuidar la tierra, cuidar a las personas y repartir los excedentes.

Los diseños de permacultura parten de doce principios básicos:

  1. Observar e interactuar. La naturaleza es un sistema complejo de interrelaciones de las que podemos sacar conclusiones para diseñar sistemas que nos beneficien a nosotros y a ella. En los ecosistemas conviven todo tipo de especies animales y vegetales consiguiendo un equilibrio entre ellos.
  2. Captar y almacenar recursos y energía. Hay que buscar modos inteligentes de generar energía para asegurar el desarrollo de las generaciones futuras. Frente al derroche energético imperante en la actualidad.
  3. Obtener rendimiento. Las explotaciones de permacultura deben ser rentables. Deben cubrir las necesidades de la gente que las trabaja y aportar a la sociedad.
  4. Autorregulación y auto-alimentación. Igual que sucede con los ecosistemas naturales, los proyectos de permacultura se deben retroalimentar. Partiendo en la medida de lo posible de la autonomía y la autosuficiencia.
  5. Uso responsable de los recursos naturales. Hay que partir de los recursos de los que se dispone: agua, calidad de la tierra, flora, fauna para hacer un uso responsable de ellos sin propiciar que se agoten.
  6. Dejar de producir residuos. El vertido de residuos en la naturaleza es otro de los aspectos preocupantes que van destruyendo el entorno. Hay que generar residuos orgánicos que se transformen y reutilicen.
  7. Diseño de los patrones a los detalles. Al igual que hace la naturaleza, cuando se diseña un proyecto hay que partir de las reglas generales y atender cualquier peculiaridad que pueda aparecer.
  8. Integrar más que segregar. Las conexiones entre los elementos son más importantes que los elementos mismos. Hay que buscar la interconexión entre los distintos aspectos de una explotación, de manera que unos refuercen a los otros.
  9. Soluciones lentas y pequeñas. Los sistemas lentos y pequeños son más fáciles de mantener que los grandes y rápidos. Hacen un uso más racional de los recursos y dan un resultado más duradero. No se trata de producir mucho en poco tiempo, sino garantizar que la tierra sea productiva en la actualidad y en el futuro.
  10. Usar la diversidad. La diversidad reduce la vulnerabilidad de las explotaciones. Si nos dedicamos a un solo cultivo y acaba afectado por alguna amenaza, la explotación termina siendo una ruina
  11. Usar los bordes y valorar lo marginal. En los límites es donde se produce mayor dinamismo y riqueza. Lo apreciamos en la propia naturaleza, cuando se pasa de un ecosistema a otro, de la selva a la sabana, la fase intermedia de transición genera una gran diversidad de vida.
  12. Responder creativamente al cambio. Los cambios son inevitables, y no tienen por qué ser malos. Hay que observarlos e intervenir en el momento adecuado para obtener un impacto positivo.

Las zonas.

Estos principios básicos se materializan en la forma concreta en la que organizamos la explotación. Para que sea eficiente para el hombre y potencie el entorno natural, la permacultura propone organizarla en 6 zonas concéntricas.

  • Zona 0. Es el lugar en el que habita el hombre. Debe estar, en la medida de lo posible, en el centro de la finca. De forma que pueda ir sin problemas a cualquiera de las otras zonas. Es lo que podríamos llamar casa.
  • Zona 1. Es la zona más cercana a la casa. Se trata de la zona productiva que se visita con más frecuencia, prácticamente a diario. Puede incluir un huerto, un gallinero o una plantación de fresas.
  • Zona 2. Está formada por plantaciones productivas perennes que requieren un mantenimiento menor que las de la zona 1. A esta zona nos dirigimos para controlar la maleza, regar, podar, cosechar, etc. En ella podemos plantar árboles frutales, patatas, calabazas o instalar paneles de abejas.
  • Zona 3. Es una zona de cultivos de alta rentabilidad que requiere ser visitada como mucho una o dos veces por semana. La tenemos abonada con compostaje que podemos haber preparado en las zonas uno o dos. El suelo ha de estar cubierto de paja que evita que la humedad se evapore fácilmente.
  • Zona 4. Es un área semisalvaje formada por bosque. Está destinada a proveer leña, forraje para alimentar a los animales o materia orgánica para producir composta.
  • Zona 5. Se trata de un anillo completamente salvaje que rodea toda la explotación. Funciona sin intervención del hombre. A él solo acudimos para observar la naturaleza autóctona. Actúa como un cinturón de contención que protege de bacterias, hongos, insectos y parásitos las zonas interiores.

  Este diseño conserva el entorno natural autóctono de la zona y funciona como escudo para proteger la agricultura. No es la agricultura quien lo destruye. Al estar la finca dividida en zonas, esta funciona como cortafuegos, lo cual favorece una regeneración rápida en caso de incendios.

Por otro lado, la agricultura humana se sirve de recursos que le provee la naturaleza, por lo que no tiene que recurrir a productos químicos artificiales para asegurar su productividad.

La granja de Le Boc Houllín situada al sur de Francia, regentada por el ganadero catalán, Roger Rabés, es un ejemplo de explotación de permacultura rentable. Produce unos ingresos de 50.000 € por cada kilómetro cuadrado de cultivo.

Pegado al centro de operaciones, dispone de una vaquería y de un huerto. En la siguiente zona tiene plantadas patatas y espacios preparados para elaborar forraje para sus animales y compostaje para los cultivos.

Después de estos, pose un prado en el que suelta al ganado dos o tres veces por semana. Finalmente, la finca está rodeada por un bosque autóctono. Su principal fuente de ingresos viene de la venta de carne y productos lácteos. Con animales libres de maltrato animal y criados en condiciones de semilibertad.

Frente a la idea de que el hombre es un depredador que está acabando con el planeta, con la permacultura se demuestra que no es así. Son algunos modelos productivos que buscan el máximo beneficio en el menor tiempo posible, frente a los que existen otros sostenibles y rentables.

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